«Huid de escenarios, púlpitos,
plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque solo así
tendréis una idea aproximada de vuestra estatura» A. Machado.
«Tener los pies en el suelo» o
comprobar si vivimos en la misma onda que los demás es una tarea difícil. Tal
vez por eso, la damos por supuesta. Cuando olvidamos nuestros orígenes o
nuestros actos nos adentramos en posiciones alejadas de “nosotros mismos”. El ser auténtico es honrado y fiel a sus
convicciones; se comporta “sin deuda con nadie”.
La franqueza o sinceridad es un
valor aplicable al reconocimiento de uno mismo o al trato con los demás,
antónimo de doblez o hipocresía. El “auténtico” o el “sincero”, aunque parecen
iguales, difieren: «Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que
es y se reconoce libre de ser lo que es» (Sartre). Confiando en la gente a
pecho descubierto, la autenticidad impermeabiliza la autoestima y es ajena a las traiciones y a la insinceridad.
Sin más luz que las palabras de
los demás, andamos a oscuras entre los pozos opacos de las otras mentes,
abrumados por la cercanía o la lejanía de ellos. Comportarse legítimamente y auténtica no tiene
la necesidad de comprobar qué piensan los demás, basta con los encuentros
espontáneos para alimentar su curiosidad.
El idealista no teme al vértigo
de “ser auténtico”. Es libre y su seguridad le permite comportarse y expresarse
con solidez, minimizando la susceptibilidad… «El valor de una idea no tiene nada que ver
con la sinceridad del hombre que la expresa»… (Oscar Wilde).
¿Hay o no un abismo entre
autenticidad y sinceridad?
«Quien nada oculta, nada teme;
quien nada teme, nada tiene que ocultar».
«Huid de escenarios, púlpitos,
plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque solo así
tendréis una idea aproximada de vuestra estatura» A. Machado.
«Tener los pies en el suelo» o
comprobar si vivimos en la misma onda que los demás es una tarea difícil. Tal
vez por eso, la damos por supuesta. Cuando olvidamos nuestros orígenes o
nuestros actos nos adentramos en posiciones alejadas de “nosotros mismos”. El ser auténtico es honrado y fiel a sus
convicciones; se comporta “sin deuda con nadie”.
La franqueza o sinceridad es un
valor aplicable al reconocimiento de uno mismo o al trato con los demás,
antónimo de doblez o hipocresía. El “auténtico” o el “sincero”, aunque parecen
iguales, difieren: «Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que
es y se reconoce libre de ser lo que es» (Sartre). Confiando en la gente a
pecho descubierto, la autenticidad impermeabiliza la autoestima y es ajena a las traiciones y a la insinceridad.
Sin más luz que las palabras de
los demás, andamos a oscuras entre los pozos opacos de las otras mentes,
abrumados por la cercanía o la lejanía de ellos. Comportarse legítimamente y auténtica no tiene
la necesidad de comprobar qué piensan los demás, basta con los encuentros
espontáneos para alimentar su curiosidad.
El idealista no teme al vértigo
de “ser auténtico”. Es libre y su seguridad le permite comportarse y expresarse
con solidez, minimizando la susceptibilidad… «El valor de una idea no tiene nada que ver
con la sinceridad del hombre que la expresa»… (Oscar Wilde).
¿Hay o no un abismo entre
autenticidad y sinceridad?
«Quien nada oculta, nada teme;
quien nada teme, nada tiene que ocultar».
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