domingo, 11 de agosto de 2013

Vértigo


 
 
«Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura» A. Machado.

«Tener los pies en el suelo» o comprobar si vivimos en la misma onda que los demás es una tarea difícil. Tal vez por eso, la damos por supuesta. Cuando olvidamos nuestros orígenes o nuestros actos nos adentramos en posiciones alejadas de “nosotros mismos”. El ser auténtico es honrado y fiel a sus convicciones; se comporta “sin deuda con nadie”.

La franqueza o sinceridad es un valor aplicable al reconocimiento de uno mismo o al trato con los demás, antónimo de doblez o hipocresía. El “auténtico” o el “sincero”, aunque parecen iguales, difieren: «Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es» (Sartre). Confiando en la gente a pecho descubierto, la autenticidad impermeabiliza la autoestima y es  ajena a las traiciones y a la insinceridad.

Sin más luz que las palabras de los demás, andamos a oscuras entre los pozos opacos de las otras mentes, abrumados por la cercanía o la lejanía de ellos.  Comportarse legítimamente y auténtica no tiene la necesidad de comprobar qué piensan los demás, basta con los encuentros espontáneos para alimentar su curiosidad.

El idealista no teme al vértigo de “ser auténtico”. Es libre y su seguridad le permite comportarse y expresarse con  solidez,  minimizando la susceptibilidad…  «El valor de una idea no tiene nada que ver con la sinceridad del hombre que la expresa»…  (Oscar Wilde).

¿Hay o no un abismo entre autenticidad y sinceridad?  

«Quien nada oculta, nada teme; quien nada teme, nada tiene que ocultar».

 

 


«Huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque solo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura» A. Machado.
«Tener los pies en el suelo» o comprobar si vivimos en la misma onda que los demás es una tarea difícil. Tal vez por eso, la damos por supuesta. Cuando olvidamos nuestros orígenes o nuestros actos nos adentramos en posiciones alejadas de “nosotros mismos”. El ser auténtico es honrado y fiel a sus convicciones; se comporta “sin deuda con nadie”.
La franqueza o sinceridad es un valor aplicable al reconocimiento de uno mismo o al trato con los demás, antónimo de doblez o hipocresía. El “auténtico” o el “sincero”, aunque parecen iguales, difieren: «Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es» (Sartre). Confiando en la gente a pecho descubierto, la autenticidad impermeabiliza la autoestima y es  ajena a las traiciones y a la insinceridad.
Sin más luz que las palabras de los demás, andamos a oscuras entre los pozos opacos de las otras mentes, abrumados por la cercanía o la lejanía de ellos.  Comportarse legítimamente y auténtica no tiene la necesidad de comprobar qué piensan los demás, basta con los encuentros espontáneos para alimentar su curiosidad.
El idealista no teme al vértigo de “ser auténtico”. Es libre y su seguridad le permite comportarse y expresarse con  solidez,  minimizando la susceptibilidad…  «El valor de una idea no tiene nada que ver con la sinceridad del hombre que la expresa»…  (Oscar Wilde).
¿Hay o no un abismo entre autenticidad y sinceridad?  
«Quien nada oculta, nada teme; quien nada teme, nada tiene que ocultar».
 
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario