jueves, 20 de junio de 2013

Adular para vivir


Fui siempre un soñador.  Ser soñador no tiene por qué ser estúpido. Pero hay gente que desconoce la diferencia. Cuando nos tienden la mano, los soñadores intentamos darles lo mejor de uno mismo. Mostrarnos como somos. ¿Se valora la autenticidad en estos casos? La verdad, pocas personas que me conocen aceptan mis grandes defectos o los valoran. Mi insistencia en su bienestar, mis discursos tan manidos sobre la vida, etc.

Tener pocos amigos conlleva una mayor posibilidad de saber que esos amigos nos quieren con nuestras virtudes y miserias. Pero es muy difícil “llegar lejos” en tu profesión o en la vida (en general), si no “te vendes bien”. ¿Pero y tu personalidad dónde queda? Los golpes de mostrarte tal como eres, sin hipocresía ni apariencias para caer bien son duros. Podemos perder relaciones importantes (hijos, padres o amigos). La sinceridad, nuestra verdad hace pocos amigos.  

Por el contrario, la hipocresía o el “peloteo” permiten ascensos laborales o un mayor aprecio social. Aunque no toda promoción o valoración en la vida se debe a este fenómeno. No todos los “escaladores” la utilizan. Algunos, pocos, lo hacen a fuerza de mucho sacrificio, responsabilidad, esmero, capacidad y lealtad lo han logrado.

Difícil es separar la paja del grano.  Cuando nos topamos con la humildad, un corazón gigante o la sencillez de la buena gente, ¿sabemos tratarla? Sería un buen ejercicio de comparación intentar distinguir al que se ganó el cargo o el aprecio de la gente a través del esfuerzo y por su auténtica bondad. De aquellos que utilizaron los caminos cortos de la adulación.

En cualquier caso, el ser humano es así por naturaleza: para vivir en grupo necesitamos ganarnos al prójimo. Distinguir los motivos es una tarea complicada y, tal vez por ello, dejamos que “el agua nos lleve”.

 

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