Algunos poderes públicos y
privados nos han engañado, nos engañan y nos engañarán, a no ser que vengan los
extraterrestres a evitarlo. El engaño, ni exclusivo de España ni del poder
público o privado, está tan enraizado en las comunidades modernas que, si les
afecta a otros, somos complacientes, o ¿no?
En función de quien “ponga los
cuernos” o a quien “se los pongan” somos más tolerantes o menos. Le contábamos,
tranquilamente, a un amigo: he comprado un piso “tirao” de precio, en dos años
doblo la inversión, he conseguido que la declaración me dé a devolver con
algunas mentirijillas o a ese se los están poniendo, jajá.
Mientras a nosotros nos vaya
bien, nuestra señora sea una santa o nuestra economía no se resienta, al que le
vaya mal que se aguante Pero, “…cuando vinieron a por mí, no quedaba nadie para
ayudarme”. A veces, me congratula ver comunidades, como la nórdica, donde la
gente suele pensar: el dolor de los demás es también el mío (La Sexta,
Salvados, Jordi Évole).
Engañar a la parienta, al
cliente, al ciudadano o consumidor en general no deja de ser, además de inmoral,
un autoengaño. Por mucho que nuestra mísera conciencia adquirida y mil veces
replicada, oscurezca el daño infringido al prójimo. Por mucho que nuestra
posición nos permita privar de salud, dinero o amor a los demás, tarde o
temprano, nadie quedará para ayudarte.
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