Un conferenciante se dirige a la
audiencia mostrando un billete “potente”. “¿Quién lo quiere?”, pregunta. Todos
levantan la mano. El conferenciante arruga el billete y vuelve a preguntar: “¿y
ahora?, ¿quién lo quiere?”. Las mismas manos se vuelven a levantar. Esta vez
tira el billete al suelo y lo pisotea. Así, sucio y hecho un guiñapo lo muestra
a la concurrencia. “¿Quién quiere todavía el billete?”. Las manos siguen
levantadas.
Todos, es decir, todos (pero solo
lo hacen los que pueden obtenerlo) quieren el billete; da igual que esté
manoseado, pisado, arrugado. Criticamos al político, al empresario, al evasor o
al “blanqueador”. Pero, cada uno de nosotros, si pudiéramos: ¿cómo actuaríamos?
A pesar de que conservamos
intacto el apetito por el dinero. ¿Sucede lo mismo con nuestras creencias,
principios y relaciones? Jamás deberíamos perder nuestro valor. Pero ¿quién nos
quiere ajados, enfermos, sin apenas movilidad porque la artrosis y la artritis
nos ha dejado molidos, un poco -o un mucho- sordos, con dificultad para caminar?.
Estas circunstancias suelen
alterar la importancia que tenemos y que damos a los demás. El precio de la
vida radica en lo que tenemos o aparentamos tener. Los dependientes, los excluidos
necesitan, además de atenciones físicas, salud y dinero, una tercera
“prestación”: El amor.
¡No todo en esta vida se resuelve
con dinero y cosas materiales!
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