El orgullo es disimulable, e incluso apreciado, cuando surge
de causas nobles o virtudes. La soberbia o el
deseo de ser preferido por otros, basándose en la satisfacción de la propia
vanidad, es inadmisible: cuando el orgullo se nos hincha; la vanidad
nos ciega; o el amor propio, como decía Bacon, no admite más dios que su
mismo ídolo.
Según
Tomás de Aquino, “el amor desordenado hacia sí mismo por encima de todo o
soberbia es la madre y reina de todo defecto, es decir, su origen y su fin”. ¿De
dónde viene? ¿De lo más neurálgico de nuestra intimidad ("de donde procede toda
malicia, y a donde toda corrupción se ordena")? “Sí, nadie se reduce a su
voluntad, y es en esta realidad personal irreductible donde anida la soberbia
y la peor ignorancia”.
Según una vieja leyenda Zen, un famoso guerrero, vuelve a
casa de su maestro. Le cuenta todos los títulos y aprendizajes conseguidos. Después
de tan sesuda presentación, el maestro le invita a una taza de té. Al servirle,
el maestro vierte en la taza del guerrero el té aún después de que esté llena.
Consternado, el guerrero se lo advierte. El maestro responde con tranquilidad:
“Ya vienes con la taza llena, ¿qué puedes aprender de esto? A menos que esté
vacía, no puedes aprender nada”.
¿Queremos soluciones? ¿Disponemos de la suficiente voluntad para nuestra soberbia? “El dolor suspende la soberbia de la vida". Los más sabios suelen ser personas
sencillas. El estudio, la sincera modestia en el hablar y en el hacer inducen a la
humildad. No es deseable esperar a la llegada de esta enfermedad para
combatirla. Tal vez debamos perseverar en la progresiva búsqueda de "otra" realización
personal. Respecto a los demás habríamos de temer el
oprobio y la ignominia. Con los líderes sociales, tales como políticos, científicos o periodistas, a la cabeza deberíamos
depurar vanidades. Pero, nuestros científicos, periodistas o políticos
que advierten vida en Marte, nos muestran las hazañas en “ochomiles”,
que se hacen “insustituibles” en la Res
publica; en su ignorancia, caminan en sentido contrario.
¿Por qué nos sorprenden, entonces, la mediocridad del
político, las estafas bancarias o el corporativismo y falta de criterio del
profesional de la información? Porque si
el pacto político pocas veces llega es por mirarnos tanto el propio “ombligo”;
si se institucionaliza la mala praxis
financiera es porque nunca “se verá la taza llena”; y si el
titular de un periódico dice “Golpe del Supremo a las cláusulas suelo”, lo
hace con cierta ignorancia (interesada o no). Todo ser humano únicamente se
atiene su voluntad, siempre interesada en sus intereses más íntimos y deja de
lado el bien común.
J.F. Siles. Facultad
de Filosofía de la universidad de Navarra.
La soberbia. Páginas
de todos los tiempos. José Ferreiro y Peralta. Imprenta d3e don Manuel
Minuesa. Calle de Juanelo, núm. 19 Madrid. 1866
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