martes, 14 de mayo de 2013

No se libra ni dios


El orgullo es disimulable, e incluso apreciado, cuando surge de causas nobles o virtudes. La soberbia o el deseo de ser preferido por otros, basándose en la satisfacción de la propia vanidad, es inadmisible: cuando el orgullo se nos hincha; la vanidad nos ciega; o el amor propio, como decía Bacon, no admite más dios que su mismo ídolo.

Según Tomás de Aquino, “el amor desordenado hacia sí mismo por encima de todo o soberbia es la madre y reina de todo defecto, es decir, su origen y su fin”. ¿De dónde viene? ¿De lo más neurálgico de nuestra intimidad ("de donde procede toda malicia, y a donde toda corrupción se ordena")? “Sí, nadie se reduce a su voluntad, y es en esta realidad personal irreductible donde anida la soberbia y la peor ignorancia”.

Según una vieja leyenda Zen, un famoso guerrero, vuelve a casa de su maestro. Le cuenta todos los títulos y aprendizajes conseguidos. Después de tan sesuda presentación, el maestro le invita a una taza de té. Al servirle, el maestro vierte en la taza del guerrero el té aún después de que esté llena. Consternado, el guerrero se lo advierte. El maestro responde con tranquilidad: “Ya vienes con la taza llena, ¿qué puedes aprender de esto? A menos que esté vacía, no puedes aprender nada”.

¿Queremos soluciones? ¿Disponemos de la suficiente voluntad para nuestra soberbia? “El dolor suspende la soberbia de la vida". Los más sabios suelen ser personas sencillas. El estudio, la sincera modestia en el hablar y en el hacer inducen a la humildad. No es deseable esperar a la llegada de esta enfermedad para combatirla. Tal vez debamos perseverar en la progresiva búsqueda de "otra" realización personal. Respecto a los demás habríamos de temer el oprobio y la ignominia. Con los líderes sociales, tales como políticos, científicos o periodistas, a la cabeza deberíamos depurar vanidades. Pero, nuestros científicos, periodistas o políticos que advierten vida en Marte, nos muestran las hazañas en “ochomiles”, que se hacen “insustituibles” en la Res publica; en su ignorancia, caminan en sentido contrario. 

¿Por qué nos sorprenden, entonces, la mediocridad del político, las estafas bancarias o el corporativismo y falta de criterio del profesional de la información?  Porque si el pacto político pocas veces llega es por mirarnos tanto el propio “ombligo”; si se institucionaliza la mala praxis financiera es porque nunca “se verá la taza llena”; y si el titular de un periódico dice “Golpe del Supremo a las cláusulas suelo”, lo hace con cierta ignorancia (interesada o no). Todo ser humano únicamente se atiene su voluntad, siempre interesada en sus intereses más íntimos y deja de lado el bien común.

 J.F. Siles. Facultad de Filosofía de la universidad de Navarra.

La soberbia. Páginas de todos los tiempos. José Ferreiro y Peralta. Imprenta d3e don Manuel Minuesa. Calle de Juanelo, núm. 19 Madrid. 1866
 
 
 

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